NOTAS DE GRACIA
Llegamos ahora al último de nuestros capítulos, Romanos 8. Es el último capítulo de lo que se llama el Evangelio de Dios para los creyentes, y es uno de los grandes capítulos de la Biblia…. Al compararlo con los tres capítulos ya examinados, nos da el lado positivo de la salvación práctica. En los capítulos anteriores hablamos de haber sido salvados “de”; en este hablamos de la liberación “para” y “hacia”.
Una distinción importante
El creyente que está totalmente equipado, no descuidará en manera alguna el capítulo 8 de Romanos. El capítulo 6 es muy importante, pero no debemos limitarnos a él. Sin el capítulo 8, el capítulo 6 es imposible. Lo positivo siempre se debe añadir a lo negativo. La potencia de la vida en el Espíritu Divino se debe agregar a nuestra muerte con Cristo, y nuestra muerte con Cristo a nuestra entrega a Dios. En el capítulo 5 somos librados de la muerte, en el capítulo 6 estamos libres del pecado, en el capítulo 7 estamos libres de la ley, pero en el capítulo 8 tenemos la liberación por el Espíritu hacia la gloria.
La esperanza de gloria
Aquí entramos en contacto con la dinámica divina de la vida cristiana y la experiencia, y esta dinámica está en el Espíritu Santo. Esta última utiliza como su medio principal “la esperanza de gloria”. Son aquellos que tienen esta esperanza delante de ellos los que son capaces de morir las diferentes tipos de muertes con Cristo, al pecado, a la ley, y a la carne. Aquí somos llevados al pensamiento con el que comenzó esta sección – LA ESPERANZA… El creyente aquí se olvida de las cosas dejadas atrás – los pecados, el Pecado, la ley, la carne, etc., y llega con interés a las cosas que tiene delante. El capítulo 8 representa a un hombre libre del obstáculo de las ataduras, su rostro mirando hacia la luz del día. Ya no es un pobre esclavo, un enemigo vicioso. Él es un “niño” [1] que espera el día de su adopción con la cual llegara a su completa posición de hijo (versículos 19, 23). Con el conocimiento de su destino increíble no piensa en los apuros, los peligros, las persecuciones del camino, pero a pesar de la sangre en sus manos y pies, prosigue en su camino a la meta, seguro de una cosa – del amor que “No lo abandonará.”
El espíritu que mora en nuestro interior
Mira los versículos 19 al 30 para tener una vista panorámica de la aplicación del capítulo – desde el pre-conocimiento del pasado a la gloria futura. Hay dos palabras en torno a las cuales las dos líneas principales del capítulo se juntan, la palabra “Espíritu”, y la palabra “hijos”. Vamos a centrarnos en la primera, preguntándonos acerca de la obra del Espíritu Santo en nuestra redención. Es significativo que, con excepción de Rom. 5:5, es en este capítulo en el que nos encontramos por primera vez con el Espíritu Santo en esta epístola. Rom. 5:5 prevé la enseñanza completa del capítulo 8. También es notable que ni una sola vez en el capítulo 8 se le conoce con el nombre de “Espíritu Santo”; Su nombre aquí tiene cinco variaciones: El es (1) El Espíritu, (2) El Espíritu de vida en Cristo Jesús, (3) el Espíritu de Dios, (4) el Espíritu de Cristo, y (5) el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos. Uno u otro de estos nombres se encuentra diecisiete veces en este capítulo, y este número demuestra un potente contraste con el silencio de los capítulos anteriores…
La obra completa de la redención debe llevarse a cabo desde adentro, desde la vida en el Espíritu. Él habita en todos los creyentes, pero ¡ay! No es eficaz en todos. Dos condiciones son necesarias para su operación eficaz, (1) el reconocimiento de Su morada, y (2) la entrega de todo en Sus manos y Su autoridad. En el versículo 2, El es el Espíritu de la vida, Quién toma las cosas de Cristo y nos las da a nosotros. El nos ministra la vida que está en Cristo Jesús, Él la guarda y la alimenta. Él es también el Espíritu de la Libertad, Quién “me ha librado de la ley del pecado y la muerte.” En el versículo 4, es el Espíritu de la obediencia, liberándonos de la esclavitud de la carne. Ahora no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. La libertad está en el campo de la Expiación – “Dios, enviando a su Hijo … condenó al pecado en la carne.”
“Porque el pecado”
En relación con el pecado, tratando con el pecado, y no había otra manera de tratar con el pecado sino por la expiación (que incluye la propiciación y la reparación). Él se hizo a Si mismo una ofrenda por el pecado, y es en el campo de nuestra libertad de la carne, que nuestro andar en el Espíritu es posible. En El tomamos la decisión de obediencia para justicia. A pesar de los antagonismos, cuando la resistencia de la carne es enfrentada y desafiada en el poder del Espíritu Santo, el heroísmo de la obediencia es de Él, y así la justicia que la ley exigía se cumple en nosotros…
El versículo 6 habla del Espíritu de la Paz. “el ocuparse del Espíritu es vida y paz.”, es decir, “la mente del Espíritu”, es la paz. La paz viene de la comunión con y la dependencia en el Espíritu Santo. Ocúpate de lo que le concierne a El, ya que la mente del Espíritu es la paz…
El Vivificador del cuerpo mortal
El versículo 11 es la próxima mención del Espíritu, como el Vivificador del cuerpo mortal. Se le llama el cuerpo “mortal” – “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”. Una vez más tenemos la dualidad que teníamos en el capítulo 7. En primer lugar hay una parte de nosotros que está llena de vida (el nuevo espíritu), y otra parte que está llena de muerte (la carne). “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.” El espíritu interior está lleno de vida; el cuerpo exterior lleno de muerte…
No está físicamente muerto, por supuesto. El mismo cuerpo que se observa en el versículo 11 es llamado el cuerpo mortal. No está muerto, pero es mortal. No está muerto físicamente, pero está camino a la muerte, y en cierto sentido, está muerto…
Nuestra condición es la siguiente: Somos seres vivos, espíritus vivos que viven en cuerpos “muertos”. En otras palabras, la vida en el espíritu es diferente a la vida en el cuerpo. La primera es la vida verdadera, pero la vida en el cuerpo es la muerte. ¿Cómo puede tal cuerpo responder a los movimientos y deseos del Espíritu que lleva dentro? No, no puede, se contrapone, está en conflicto con la vida interior. Cuando el Espíritu que le habita tiene éxito para controlar el cuerpo, en Su vida santa, testimonio y servicio, ¿cómo se lleva a cabo? Debido a la vivificación especial dada por el Espíritu Santo. Él es quien nos capacita para ofrecer a los miembros del cuerpo a Dios como instrumentos de justicia. Sin esta vivificación, nuestros cuerpos simplemente nos ganarían la batalla, y harían imposible los movimientos del Espiritu. En efecto, tal y como somos, existen cristianos que están absolutamente encarcelados por sus cuerpos. Son sus esclavos. Obedecen a sus cuerpos. Sus cuerpos les son una carga tan grande para ellos, que la vida espiritual es casi imposible…
La vivificación del cuerpo mortal naturalmente nos lleva a pensar en Él como el Espíritu de la Resurrección, “…Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús…” Él es el Espíritu del poder de la resurrección, y él es muy capaz de hacer eso. Estas son las arras (pago inicial) de la redención completa del cuerpo. Esta vivificación es la primicia, la futura redención total del cuerpo es la cosecha.
El Espíritu de Victoria
En el versículo 13 nos Lo encontramos como El Espíritu de Victoria, y aquí está el otro lado. En el versículo 11 vemos cómo el Espíritu anula las obras del cuerpo por medio de su vivificación. Aquí se ve cómo El contrarresta las actividades del pecado – “…mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne…”… El Nos permite hacer morir las obras de la carne. El le pone fin a los malos hábitos del cuerpo – ¡Él lo hace! ¡Aleluya!…
En el versículo 14 El es el Espíritu de Obediencia. Esta vida en, y la victoria por medio del Espíritu, tiene una relación vital para nuestro futuro. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos (solo estos) son hijos de Dios.” Solamente ellos, y todos ellos, son hijos de Dios. Aquí comienza el paso a la filiación (entrar totalmente a la condición de “hijo”). La palabra aquí es “hijos”, no niños. Hay una distinción en el Nuevo Testamento entre los hijos y los niños, y el Espíritu Santo es muy cuidadoso en el uso de las dos palabras. Los niños sugieren parentesco en la naturaleza. Somos hijos de Dios por naturaleza, Dios es nuestro Padre, de El se deriva la vida y el ser. Por otro lado, “hijos” se refiere a su rango, carácter, imagen, privilegio… El haber nacido del Espíritu nos hace “niños”, pero el ser guiado por el Espíritu, nos hace hijos. [2]
En el versículo 15, Él es el Espíritu de Esperanza. “Hemos recibido el Espíritu de adopción,” que es el Espíritu de esperanza, porque estamos a la espera de la adopción, pero el Espíritu Santo nos ha traído ya una fuerte esperanza de esto. El terror se ha ido, y Dios el Padre inunda de amor nuestros corazones y nos hace exclamar: “¡Abba, Padre!”… Ya tenemos corazones de “hijos”, pero esperamos por la adopción.
En el mismo versículo lo tenemos como el Espíritu de Seguridad, ya que clamamos “¡Abba Padre!”, por medio de la guía del testimonio del Espíritu que testifica a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Hay dos espíritus – tu propio espíritu y el Espíritu Santo. El une Su testimonio contigo, Se une a tu espíritu para dar testimonio y testificar. El añade Su testimonio al nuestro que reinamos, que ya no somos siervos…
También Él es el Espíritu de Simpatía, para ayudar a nuestras debilidades. Él lleva Su parte en nuestra impotencia. No estamos solos en nuestra debilidad, porque El Ha asumido nuestra causa, y Se une a Sí mismo a nuestra debilidad. Él es el Espíritu de Oración, porque Él “conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Rom. 8:38-39)
[1] En las bíblias de habla hispana, las palabras griegas “teknon” (por ejemplo Juan 1:12) y “huios” (por ejemplo Rom. 8:14), son traducidas “hijo” o “hijos”. En el original y aun en las versiones inglesas, en el que se escribió este artículo, se traducen respectivamente como “children (niños, muchachos)” y “son[s] (hijo[s]). La primera simplemente implica el haber sido engendrado, la segunda indica que lo engendrado, aunque técnicamente “hijo”, ahora entra a gozar de los privilegios del miembro adulto de la familia. El punto que el autor esta enseñando es que cuando confiamos en Cristo como nuestro salvador, nacemos en la familia de Dios. Sin embargo, no entramos al goce pleno de los privilegios hasta que llegamos al momento de la adopción, es decir, cuando se nos reconoce como miembros adultos de la familia con todos los privilegios de la filiación. Este proceso que nos lleva de “niños” a “hijos” en realidad comienza cuando empezamos a obedecer la guía del Espiritu Santo en nuestras vidas. Es por eso que en 1 Corintios se les llama “niños en Cristo” a los cristianos inmaduros. El proceso culmina con la transformación de nuestros cuerpos a la segunda venida de Cristo.
[2] “Hijo” en este contexto es rico en simbolismo, pero no específica en cuanto al género. Hijos e hijas tienen este rango de privilegio en la familia de Dios.
Una condensación de El Evangelio Para El Creyente, CAPÍTULO 4: En Romanos 8 – De La Carne al Espíritu. El capítulo completo está en línea en http://www.GraceNotebook.com / Clásicos. El contenido entre corchetes ha sido añadido por JBW. El Evangelio Para El Creyente es una exposición de Romanos 6 al 8 que ha estado fuera de impresión. Estas son las transcripciones de una conferencia.
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Derechos de Autor de NOTAS DE GRACIA de John B. Woodward, 2010. Se concede permiso para reimprimir (con crédito) para uso no comercial. Citas de la Biblia fueron tomadas de la versión RVR 1960 © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. Traducción de J A Toranzo.