C. El legalismo es también un problema para los cristianos.
Las reglas hechas por el hombre, aparte de interferir con la relación divina, pone de cabezas los valores de Dios. “La historia fue contada hace algunos años de un pastor que encontró los caminos bloqueados un domingo por la mañana y se vio obligado a patinar sobre el río para llegar a la iglesia, lo cual hizo. Cuando llegó, los ancianos de la iglesia se horrorizaron que su predicador había patinado en el día del Señor. Después del servicio, se celebró una reunión en la que el pastor explicó que había sido necesario patinar para llegar a la iglesia o no llegar. Por último, un anciano preguntó: “¿Disfrutaste de la patinada? Cuando el predicador respondió: “No”, el consejo decidió que no se había cometido pecado” [2]
Pablo dio este reproche a los creyentes que iban adentrándose en un plan de salvación y santificación basado en “Cristo más la ley”:
“Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:2, 3)
¿Cómo podemos reconocer las características del legalismo cristiano? Neil Anderson señala: “Estamos viviendo bajo la ley cuando nos esforzamos en hacer la voluntad de Dios por medio de nuestras propias fuerzas y recursos. Esto nos hace atrevidos, de un alto rendimiento aparente, arremetedores, perfeccionistas, personas impulsivas, adictos al trabajo, y superpadres que con el tiempo nos quemamos, explotamos, o caemos en gran pecado y rebelión. ¿Quién puede vivir una vida perfecta? Tarde o temprano llegamos a la pared. Afortunadamente, es cuando llegamos al final de nuestros propios recursos que empezamos a aprender que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. “[3]
Entonces, ¿Están los que viven bajo la gracia necesariamente camino a la pasividad? No, en absoluto. El pelear la buena batalla sigue siendo una lucha, el disciplinarnos a nosotros mismos a causa de la piedad aún requiere disciplina. Las buenas obras todavía son obras, pero ahora hay una diferencia crucial. La obediencia fluye de la fuerza y la gracia de la presencia de Cristo que mora en nosotros, no de nuestros propios esfuerzos (1 Tim. 6:12; 1 Tim. 4:7; Tito 2:14; Gal. 2:20).
¿Entonces, nos da el ser libres de la ley licencia para pecar? Pablo responde a este concepto erróneo en Romanos 6:1-16. Del mismo modo, el apóstol Pedro aconsejó que los creyentes son “elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Ped. 1:2).
El obedecer las amonestaciones del Nuevo Testamento (especialmente en Romanos a Apocalipsis, que son directamente aplicables a nosotros en esta era de la gracia) es algo que se espera y se exige el pueblo de Dios (2 Cor. 10:5,6). El Señor nos advierte acerca de aquellos que convierten la gracia de Dios en libertinaje (Judas 4). Así que tenga cuidado de estar tan enamorado de la libertad de la ley que oscilan entre el legalismo y el libertinaje.
El beneficio de vivir bajo la gracia no es reducir nuestra visión de la santidad práctica. Más bien, el amor incomprensible de Dios nos inspira a elevarnos por encima de la letra de las estipulaciones éticas. El latido del corazón de la devoción inspirada por el amor es personificado por Pablo en una cárcel romana: “Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Fil. 1:21).
Las disciplinas cristianas estipuladas en el Nuevo Testamento se pueden hacer o exigir legalisticamente, o pueden ser oportunidades para ayudar al crecimiento espiritual en la gracia. ¿Qué impide que la lectura de la Biblia (Mateo 4:4), la oración (1 Tes. 5:17), el testimonio (Hechos 1:9), asistencia a la iglesia (Hebreos 10:24,25), ofrendar (2 Cor 8,9), el ayuno (Hechos 13:2), y otras facetas del discipulado se conviertan en legalismo?
Existen tres cosas que podemos recordar y de esa forma ayudar a protegernos de caer en el legalismo como creyentes que deseamos agradar a nuestro Redentor (2 Corintios 5:9).
Recordatorio # 1) Tus buenas obras no pueden ganar o mantener una buena relación con Dios. La epístola a los Romanos dice, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” “Por lo tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Romanos 8:1; 5:1). Los creyentes viven bajo la gracia como hijos de Dios que son completamente aceptados en Cristo. El miedo al castigo ha sido sustituido por la gratitud amorosa y reverente.
Recordatorio # 2. La fuente de tus buenas obras es tu unión con Cristo. El testimonio de Pablo debe ser el nuestro: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gálatas 2:20). El creyente no está tratando de vivir para Dios, está cooperando con El (Fil. 2:13).
El Señor Jesús es la vid verdadera, nosotros somos los pámpanos. ¡Las buenas obras en el discipulado son esencialmente manifestaciones de frutos de Su vida expresada a través de nosotros! (Juan 15:1-8).
Recordatorio # 3. Tus buenas obras siempre estarán relacionadas con el amor. Cristo declaró que el mayor mandamiento es amar a Dios, y el segundo más grande es el amar a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37-39). El amor resume todas las otras responsabilidades morales: “… el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.
Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. (Romanos 13:8b-10).
D. Conclusión
La libertad del legalismo se encuentra viviendo en gracia, por la fe en el Cristo que mora en nosotros, siendo facultados por el Espíritu de Dios para esa vida. La ley moral de Dios está ahora escrita en nuestros corazones (Jer. 31:33, 2 Ped. 1:4), por lo que cooperar con Dios es coherente con nuestra nueva naturaleza esencial, nuestro espíritu regenerado. La economía del Antiguo Testamento funcionaba como un “ministerio de la letra” [de la ley], de la muerte, y la condena con una gloria que se desvanece. Sin embargo, El Nuevo Pacto de Dios funciona como un ministerio del Espíritu, de la vida, y la justificación de una gloria permanente (2 Cor. 3:6-11).
El maestro de la Biblia W.H. Griffith Thomas habló del papel del Espíritu Santo en nuestros corazones en esta era de la gracia: “En los rincones más profundos y sombríos de nuestra personalidad, se encuentra el Espíritu Santo llevando a cabo su bendita y maravillosa obra, transfigurando el carácter, elevando los ideales, inspirando esperanzas, creando alegrías, y la satisfacción perfecta. A la medida que mantenemos y profundizamos la actitud de fe, el Espíritu Santo está habilitado para hacer su trabajo y estamos capacitados para recibir más de su gracia. Por cada acto de confianza y de entrega personal, recibimos incrementadas porciones de la vida de Cristo ‘de gloria en gloria’ por el Espíritu de Jehová.” [4]
Por lo tanto, no olvides usar la ley “legalmente”. Evitarás el legalismo y el libertinaje a medida que creces en la gracia, caminando en comunión con el Espíritu de Dios.
Parte 3 de 3. Para las piezas de 1,2 ver Gracenotebook.com
[2] “Today In The Word” (Hoy en la Palabra), diciembre, 1989, p. 12.
[3] Neil Anderson T., Mike y Julia Quarles, “One Day at a Time” (Un día a la Vez), (Ventura, CA: Regal, 2000), 249.
[4] Citado en “His Victorious Indwelling” (Su Morada Victoriosa), ed Nick Harrison (Zondervan), p. 430-431. Ver 2 Cor. 3:18.
Para un estudio completo y equilibrado de este tema, véase “Rompiendo la Esclavitud del Legalismo: Cuando Un Mayor Esfuerzo No Es Suficiente” (Breaking The Bondage of Legalism: When Trying Harder Isn’t Enough) por Neil T. Anderson, Rich Miller, y Paul Travis.
Derechos de Autor de John B. Woodward, 2010. Se concede permiso para reimprimir (con crédito) para uso no comercial. Citas de la Biblia fueron tomadas de la versión RVR 1960 © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. Traducción de J A Toranzo.