A Todos los Santos

NOTAS DE GRACIA: A Todos los Santos

Una película fue producida hace unos años sobre Juana de Arco, la segunda patrona de Francia. Mi hija se interesó en ella e investigó todo lo que pudo acerca de ella. Vivió entre 1412 y 1431. Se hizo famosa por su fe, sus visiones, su lealtad a la nación, su heroísmo militar, y su ejecución. En 1920 fue canonizada – declarada santa [1].

Se dice que el acto papal de la canonización confiere siete distinciones, incluyendo la autorización de invocar el nombre del santo en oración. Desde la Reforma, sin embargo, los cristianos evangélicos han reexaminado la definición bíblica de “santo”, y han enseñado invocar sólo el nombre de Jesús, nuestro mediador, en la oración (1 Tim. 2:5). Sin la intención mínima de faltar el respeto a los que en el pasado recibieron este título eclesiástico, haríamos bien en considerar la enseñanza del Nuevo Testamento sobre el tema de los santos.

¿Qué es un santo? ¿Quiénes son los santos? ¿Qué privilegios y responsabilidades se les asignan? La palabra griega traducida “santo” es la palabra “hagios” que se encuentra más de 200 veces en el Nuevo Testamento. A menudo la palabra “hagios” se traduce con la implicación y significado básico de ser “apartado de lo que es común e impuro a lo que es sagrado y puro. “Hagios” se usa para afirmar la santidad de Dios – el Padre (Lucas 1:49), el Hijo y el Espíritu (Lucas 1:35). Las personas y las cosas se identifican como “santos” en la medida en que se consagran a Dios. “Santo” se utiliza del tabernáculo como morada sagrada de Dios (Hebreos 9:2, 3, 24, 25; 10:19). Cuando “santo” se utiliza de personas, se les designa como los que han sido redimidos por Dios a través de la gracia y separados para Sus propósitos. Dado que los creyentes son habitados por el Espíritu Santo, ellos son figuradamente descritos como un templo santo de Dios (1 Cor. 3:16,17), un sacerdocio santo, y una nación santa (1 Ped. 2:5,9).

En vez de constituir una categoría especial de cristianos, la Biblia designa a todos los creyentes en Cristo como “santos”. Esto parece inicialmente sorprendente, ya que los creyentes con demasiada frecuencia no manifiestan un carácter, actitudes, acciones y palabras santas. A pesar de esta diferencia entre nuestra posición (en Cristo) y nuestro estado (la calidad de las experiencias vividas), Pablo se dirige a sus lectores como “santos”. Por ejemplo, aunque en la iglesia de Corinto existían muchos problemas éticos y espirituales, la epístola comienza así: “a la iglesia de Dios que está en Corinto, a LOS SANTIFICADOS en Cristo Jesús, llamados a ser SANTOS con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro:” (1 Cor.1:2).

¿Cómo pueden los pecadores ser acogidos por un Dios santo como perdonados – como santos? Sólo por el precio infinito que el Señor Jesús pagó en el Calvario: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.” (Hebreos 10:10). Esta posición benigna de ser apartados para Dios no es una licencia para pecar – ni mucho menos. Somos salvos por la gracia para caminar de acuerdo a nuestra nueva naturaleza como obra de Dios; para hacer las buenas obras que Él nos ha equipado para hacer (Ef. 2:10).

Nuestra identidad espiritual como “santos” se refiere a la santificación de nuestro espíritu, que es ahora la morada de Dios. A través de esta santificación “posicional” hemos llegado a ser participantes de Su naturaleza divina (2 Ped. 1:4). En el discipulado de Cristo, Dios renueva nuestras mentes para que podamos ver nuestra identidad espiritual tal como El la ve. Debemos cooperar con Su Espíritu Santo, que está transformando nuestra mente, voluntad y valores. A medida que maduramos en la “santificación progresiva,” demostramos acciones y palabras que reflejan nuestra condición de santo. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).

Un recurso esencial en la santificación es la Palabra de Dios. Cristo oró por su pueblo, “Santifícalos en tu verdad. Tu palabra es verdad” (Juan 17:17, Cf. Ef. 5:26). No somos pasivos en este proceso, estamos llamados a poner nuestras mentes en las cosas de arriba (Col. 3:1-3) y el rendimiento de nuestra voluntad al Espíritu Santo (Ef. 5:18). Esto traerá gozo tanto a Dios como a nosotros. Esta consagración nos hará más útil a El: “Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.” (2 Tim. 2: 21).

F. B. Meyer escribió sobre la necesidad de los creyentes a ser apartados para el ministerio: “Nunca podremos alcanzar estos ideales divinos del servicio sólo por una obediencia externa. Debemos sentirnos compelidos por un santo amor a nuestro Señor y a los demás. Estos ideales nos serian desesperantes aparte del Espíritu Santo. Ese santo amor viene de Él”. [2]

¿Has llegado a confiar en el Señor Jesucristo como tu Salvador personal? ¡Si es así, entonces tu identidad espiritual es la de “santo”! Esto no es una cuestión de orgullo, pero una que se basa en Las Escrituras, enraizada en la gracia, y llena de privilegios y responsabilidades.

¿Cómo podemos vivir una vida más santa, como creyentes? El secreto es mantener la concentración en nuestro Santificador. Tenemos que personalizar la oración de Pablo en 1 Tesalonicenses 5:23: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” Y debemos reclamar esta promesa del versículo siguiente: “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.”

“Que mi vida entera esté” ¿Es ahí donde se termina la frase del himno familiar? Si es así, describe una independencia que impide la santidad. Por el contrario, la oración termina: “Que mi vida entera esté consagrada a Ti, Señor; que a mis manos pueda guiar el impulso de Tu amor.” “Que mis pies tan sólo en pos De lo santo puedan ir; Y que a Ti, Señor, mi voz Se complazca en bendecir.” [3]

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Toma nota de la Gracia, Vol. 2 # 44. Publicado 16 de enero 2004

[1] C.G. Jr Thorne, “Juana de Arco” El Nuevo Diccionario Internacional de la Iglesia Cristiana, ed. J. D. Douglas (Zondervan).

[2] F. B. Meyer, “Nuestro Diario Andar”, p.58.

[3] Frances Ridley Havergal, “Que Mi Vida Entera Este”.

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Derechos de Autor de John B. Woodward, 1999, 2010. Se concede permiso para reimprimir (con crédito) para uso no comercial. Citas de la Biblia fueron tomadas de la versión RVR 1960 © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. Traducción de J A Toranzo.

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